viernes, 15 de abril de 2011

DIENTES DE LECHE

Escribí esto hace poco, la última vez que vi a mi abuela.

Hoy se me ha caído el último diente de leche. En realidad, me lo ha quitado papá con su pañuelo, mientras leía el periódico, y como siempre, me ha engañado diciéndome que todavía no estaba flojo. Pero tengo el hueco.
Estoy como loca, buscando un papel bonito. No me sirve uno cualquiera, y Pedro pretendía darme uno arrancado del cuaderno: éste es un diente especial.
Encuentro uno precioso, al lado del radiador, donde los guarda mamá. Con mi mejor letra pongo la fecha de hoy y debajo mi nombre, como está mandado.
Envuelvo el colmillo, con mucho cuidado para que no se parta ni un poquito.
Ahora viene lo más difícil: se lo tengo que mandar a la abuela, que es la cliente número 1. Pero hay un problema.
No sé cuál es la dirección del Cielo.


Pienso en la abuela y me sale esto. Pienso en cuando se muera, y sólo me sale llorar de pena, y pedirle al Señor que no sufra, porque con 98 años ya le ha dado la vida para sufrir. No sé cuándo se irá, pero estoy segura de que hará un viaje sin paradas, directo al Cielo, y que allí le comprará sus dientes de leche al Niño cuando se le empiecen a caer, y hará flan de huevo el día del Santo de la Virgen y de san José, y les leerá a los ángeles nuestros cuentos con su lupa colgada del cuello. Le enseñará a María a hacer filloas, porque sino la Nochebuena no es lo mismo, y le dirá a Santiago el mejor modo de hacer licor café. No se olvidará de ningún cumpleaños, ni de los santos, ni siquiera de felicitar a Isabel, que la pobre, siendo la madre del Bautista, no sale en ningún santoral. Presumirá de bisnietos, como siempre, y cuando vaya a nacer alguno, se asegurará de que tenga sus cinco deditos en cada mano y en cada pie.